
Descubrí mi mes de las dos lunas, hace cuatro años. Fue una noche, después de una buena cena, una buena compañía y un bonito marco, Santa María del Mar. No recuerdo exactamente donde cenamos, pero sí el bar donde entre copa y copa empezó nuestro particular juego de seducción. Al salir me hizo acomodar entre sus brazos y mirar la luna llena. Mientras su voz me acariciaba explicándome secretos de su alma y su corazón, me regalaba miradas y me suspiraba recuerdos. Con semejante encuadre era imposible resistirse a la magia de la luna y a su olor. Ese mismo mes hubo otra luna llena.
En mi mes de las dos lunas, me desperté de nuevo como mujer, coqueta, sensual, divertida, seductora, juguetona, tenia el corazón a rebosar de alegría, el estomago pizpireta y la cabeza en la luna.
Después de aquel mes todas las lunas fueron especiales, llenas, menguantes, nuevas y crecientes, una luna llena por mes, pero todas formaban parte de ese baile especial con la luna y su amor.
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